sábado, 11 de abril de 2009

EL SEXO NO ES UN JUEGO


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LA ALEGRIA DE LA RESURRECCIÓN



Ya estamos en Pascua, la etapa litúrgica que nos invita a la alegría auténtica, la que nace de dentro. Todo empezó, como comenta Benedicto XVI, en el Monte Moria, cuando Abrahán iba a sacrificar a su hijo por mandato de Dios. El joven Isaac preguntaba: - Padre, ¿Dónde está la víctima.- Y el Padre siempre respondía: -Hijo mío, Dios proveerá. – Cuando llegaron a la cima del monte, y el padre se disponía a cumplir la Voluntad de Dios, vio un cordero entre las zarzas, y oyó una voz que decía: - Abrahán, no hagas daño a tu hijo, ya veo que eres obediente, sacrifica al cordero.- Allí estaba la víctima preparada por Dios. – Isaac cambió su semblante angustiado por una sonrisa. Precisamente el nombre de Isaac lleva en sí la raíz “reír”.
Isaac tenía motivos suficientes para alegrarse. Dios es providente, y nos ofrece siempre motivos para sonreír. Quien ha visto al Cordero de Dios, el auténtico que quita los pecados del mundo, debe estar contento. Tenemos motivos suficientes para sonreír y agradecer. La Pascua, fiesta del Cordero Sagrado que nos libra de la muerte, como le ocurrió a Isaac, es la fiesta de la sonrisa. “Dios nos devuelve la risa de la alegría, que se transforma en un canto de alabanza de la creación” (Benedicto XVI).
Hay que vivir la Pascua, porque necesitamos respirar alegría. No creo que sea opinable que hoy, en esta sociedad que hemos construido entre todos, tan estrafalaria en muchos aspectos, necesitemos urgentemente respirar a fondo una bocanada de paz. Hay muchísimas cosas que nos preocupan y nos amenazan con la tristeza, y esto es grave porque daña seriamente nuestra personalidad, nuestra naturaleza, nuestro ambiente, la propia humanidad. Por eso me gusta todo lo que hable de alegría, y me gustan las personas alegres.
Recuerdo un libro de los que hace falta leer con urgencia. Se titula precisamente “La alegría”, y lo escribió la conocida y simpática periodista Paloma Gómez Borrero. En la contraportada ya leemos lo siguiente: “La alegría nunca es total porque no es un estado fijo, sino una actividad permanente. Es como el pan fresco, que no vale para el día siguiente. Y como todas las cosas de la vida, a veces sólo la reconocemos cuando no está. O sea, cuando la tristeza se instala en su lugar por más que la rechacemos, porque es parte de nuestra naturaleza”. Este libro, premio de Espiritualidad 2.000, nos habla de la alegría interior y de la exterior, de la risa como remedio infalible de la tristeza, de los porqués de una alegría, y nos va ofreciendo una serie de testimonios vivos de gente que sabe ser alegre y contagiar su buen humor.
Al hablar de la alegría interior, que es la auténtica, ya empieza con una buenísima cita de Nietzsche que dice: “Nunca creas en ninguna verdad que no lleve consigo, al menos, una alegría”. Cultivar la alegría, nos dice la autora, es una obra interior. No hay que confundir chistoso con alegre. Y es cierto. Hay personas que engañan con su apariencia. Parecen serias, adustas, con cara de solemnidad, pero las tratas un poco, y por los poros de su rostro destilan esa paz y alegría que les salen del alma. Sus ojos brillan porque son los escaparates de su corazón armonizado por la humildad.
Tenemos realmente una vocación a la felicidad. Y esa felicidad hay que ir construyéndola día a día, con la conciencia tranquila de hacer en cada momento lo que debemos, y bien hecho. No se compra la alegría, como se creen ingenuamente nuestros paisanos de la aldea global. Se pueden comprar ilusiones, carcajadas, ratos de evasión. Pero la alegría no se vende, hay que conquistarla. Es, como se ha dicho al principio, una actividad permanente.
Conocí a un joven mayor que era poeta. Pero ya empezaba a perder la vista debido a la diabetes que padecía. Comenzó rápidamente a aprender el lenguaje de los ciegos sabiendo lo que le esperaba en un futuro próximo. Siempre estaba alegre. Llegó un momento que ya no podía salir a la calle a leerles sus poesías a los amigos. Se mentalizó que su casa iba a ser su rincón para siempre. Pero no perdía la alegría. Ya leía con los dedos los voluminosos libros que le proporcionaba la ONCE. Era agradable dialogar con él, porque nunca estaba triste. Con el paso del tiempo la enfermedad le afectó a los pies, de tal manera que llegó un momento en que le era muy difícil moverse de la cama. Y el siempre estaba con la sonrisa en los labios. Llegó a perder los pies y totalmente la vista, pero nunca se quejaba. Yo pasaba ratos muy agradables con él. Era un hombre de fe, y recibía con frecuencia los Sacramentos. La hora más dura para él era cuando pasaban al medio día los chicos que venían del Instituto, porque sentía nostalgia de la calle que ya no podía pisar. Pero con toda paz ofrecía a Dios el sacrificio y pedía por toda la juventud. Ya no sé qué fue de José, que así se llamaba, porque me marché de aquel lugar y no he tenido oportunidad de conocer como acabó su historia. Pero siempre tengo presente su sonrisa, que salía del interior de un cuerpo maltrecho, pero lleno de Dios.
La generosidad es clave para mantener el alma joven, y no perder nunca la alegría de vivir. Cita Paloma Gómez Borrero en el libro que comentamos, las siguientes palabras del general MacArthur: “Serás joven tanto tiempo como permanezcas verdaderamente generoso, tanto como sientas el entusiasmo de dar a los demás tus cosas, tus pensamientos y tus palabras. Durará tu juventud tanto como dure tu gratitud al recibir y la sensación de estar debiendo siempre y deseando dar más. Permanecerás joven mientras seas receptivo de todo lo bello, lo bueno, lo grande; pudiendo disfrutar de los mensajes de la Naturaleza, del hombre y de Dios”.
Un alma joven no sabe estar triste. Y hay muchísimos jóvenes con almas limpias que pasan por la vida tratando de hacer el bien. En estos días he tenido la oportunidad de conocer y de convivir con muchos de ellos: sacerdotes recién ordenados, intelectuales, un maquinista de tren, un guardia civil de la brigada contra la droga, un militar de unidades especiales de los que han estado en Bosnia, un profesor de Universidad, estudiantes de todo tipo, trabajadores de las más diversas profesiones. Y todos con un denominador común: pasar por la vida haciendo el bien de la mano de Dios. Por eso todos ellos estaban contentos y contagiaban alegría. Esa alegría que el mundo nuestro de cada día necesita urgentemente respirar. ¿Qué te parece si nos sumamos a esa tarea tan humana y tan divina? Habría menos caras largas entre nosotros. Y, lo más importante, siempre sería Pascua, como hoy.
Juan García Inza

sábado, 7 de marzo de 2009

MENSAJE DE BENEDICTO XVI A LOS JOVENES


“La juventud, tiempo de esperanza”

Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de la Juventud 2009


"Hemos puesto nuestra esperanza en el Dios vivo" (1 Tm 4,10)
Queridos amigos:
El próximo domingo de Ramos celebraremos en el ámbito diocesano la XXIV Jornada Mundial de la Juventud. Mientras nos preparamos a esta celebración anual, recuerdo con enorme gratitud al Señor el encuentro que tuvimos en Sydney, en julio del año pasado. Un encuentro inolvidable, durante el cual el Espíritu Santo renovó la vida de tantos jóvenes que acudieron desde todos los lugares del mundo. La alegría de la fiesta y el entusiasmo espiritual experimentados en esos días, fueron un signo elocuente de la presencia del Espíritu de Cristo. Ahora nos encaminamos hacia el encuentro internacional programado para 2011 en Madrid y que tendrá como tema las palabras del apóstol Pablo: "Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe" (cf. Col 2,7). Teniendo en cuenta esta cita mundial de jóvenes, queremos hacer juntos un camino formativo, reflexionando en 2009 sobre la afirmación de san Pablo: "Hemos puesto nuestra esperanza en el Dios vivo" (1 Tm 4,10), y en 2010 sobre la pregunta del joven rico a Jesús: "Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?" (Mc 10,17).
La juventud, tiempo de esperanza
En Sydney, nuestra atención se centró en lo que el Espíritu Santo dice hoy a los creyentes y, concretamente a vosotros, queridos jóvenes. Durante la Santa Misa final os exhorté a dejaros plasmar por Él para ser mensajeros del amor divino, capaces de construir un futuro de esperanza para toda la humanidad. Verdaderamente, la cuestión de la esperanza está en el centro de nuestra vida de seres humanos y de nuestra misión de cristianos, sobre todo en la época contemporánea. Todos advertimos la necesidad de esperanza, pero no de cualquier esperanza, sino de una esperanza firme y creíble, como he subrayado en la Encíclica Spe salvi. La juventud, en particular, es tiempo de esperanzas, porque mira hacia el futuro con diversas expectativas. Cuando se es joven se alimentan ideales, sueños y proyectos; la juventud es el tiempo en el que maduran opciones decisivas para el resto de la vida. Y tal vez por esto es la etapa de la existencia en la que afloran con fuerza las preguntas de fondo: ¿Por qué estoy en el mundo? ¿Qué sentido tiene vivir? ¿Qué será de mi vida? Y también, ¿cómo alcanzar la felicidad? ¿Por qué el sufrimiento, la enfermedad y la muerte? ¿Qué hay más allá de la muerte? Preguntas que son apremiantes cuando nos tenemos que medir con obstáculos que a veces parecen insuperables: dificultades en los estudios, falta de trabajo, incomprensiones en la familia, crisis en las relaciones de amistad y en la construcción de un proyecto de pareja, enfermedades o incapacidades, carencia de recursos adecuados a causa de la actual y generalizada crisis económica y social. Nos preguntamos entonces: ¿Dónde encontrar y cómo mantener viva en el corazón la llama de la esperanza?
En búsqueda de la "gran esperanza"
La experiencia demuestra que las cualidades personales y los bienes materiales no son suficientes para asegurar esa esperanza que el ánimo humano busca constantemente. Como he escrito en la citada Encíclica Spe salvi, la política, la ciencia, la técnica, la economía o cualquier otro recurso material por sí solos no son suficientes para ofrecer la gran esperanza a la que todos aspiramos. Esta esperanza "sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar" (n. 31). Por eso, una de las consecuencias principales del olvido de Dios es la desorientación que caracteriza nuestras sociedades, que se manifiesta en la soledad y la violencia, en la insatisfacción y en la pérdida de confianza, llegando incluso a la desesperación. Fuerte y clara es la llamada que nos llega de la Palabra de Dios: "Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien" (Jr 17,5-6).
La crisis de esperanza afecta más fácilmente a las nuevas generaciones que, en contextos socio-culturales faltos de certezas, de valores y puntos de referencia sólidos, tienen que afrontar dificultades que parecen superiores a sus fuerzas. Pienso, queridos jóvenes amigos, en tantos coetáneos vuestros heridos por la vida, condicionados por una inmadurez personal que es frecuentemente consecuencia de un vacío familiar, de opciones educativas permisivas y libertarias, y de experiencias negativas y traumáticas. Para algunos -y desgraciadamente no pocos-, la única salida posible es una huída alienante hacia comportamientos peligrosos y violentos, hacia la dependencia de drogas y alcohol, y hacia tantas otras formas de malestar juvenil. A pesar de todo, incluso en aquellos que se encuentran en situaciones penosas por haber seguido los consejos de "malos maestros", no se apaga el deseo del verdadero amor y de la auténtica felicidad. Pero ¿cómo anunciar la esperanza a estos jóvenes? Sabemos que el ser humano encuentra su verdadera realización sólo en Dios. Por tanto, el primer compromiso que nos atañe a todos es el de una nueva evangelización, que ayude a las nuevas generaciones a descubrir el rostro auténtico de Dios, que es Amor. A vosotros, queridos jóvenes, que buscáis una esperanza firme, os digo las mismas palabras que san Pablo dirigía a los cristianos perseguidos en la Roma de entonces: "El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo" (Rm 15,13). Durante este año jubilar dedicado al Apóstol de las gentes, con ocasión del segundo milenio de su nacimiento, aprendamos de él a ser testigos creíbles de la esperanza cristiana.
San Pablo, testigo de la esperanza
Cuando se encontraba en medio de dificultades y pruebas de distinto tipo, Pablo escribía a su fiel discípulo Timoteo: "Hemos puesto nuestra esperanza en el Dios vivo" (1 Tm 4,10). ¿Cómo había nacido en él esta esperanza? Para responder a esta pregunta hemos de partir de su encuentro con Jesús resucitado en el camino de Damasco. En aquel momento, Pablo era un joven como vosotros, de unos veinte o veinticinco años, observante de la ley de Moisés y decidido a combatir con todas sus fuerzas, incluso con el homicidio, contra quienes él consideraba enemigos de Dios (cf. Hch 9,1). Mientras iba a Damasco para arrestar a los seguidores de Cristo, una luz misteriosa lo deslumbró y sintió que alguien lo llamaba por su nombre: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?". Cayendo a tierra, preguntó: "¿Quién eres, Señor?". Y aquella voz respondió: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues" (cf. Hch 9,3-5). Después de aquel encuentro, la vida de Pablo cambió radicalmente: recibió el bautismo y se convirtió en apóstol del Evangelio. En el camino de Damasco fue transformado interiormente por el Amor divino que había encontrado en la persona de Jesucristo. Un día llegará a escribir: "Mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí" (Ga 2,20). De perseguidor se transformó en testigo y misionero; fundó comunidades cristianas en Asia Menor y en Grecia, recorriendo miles de kilómetros y afrontando todo tipo de vicisitudes, hasta el martirio en Roma. Todo por amor a Cristo.
La gran esperanza está en Cristo
Para Pablo, la esperanza no es sólo un ideal o un sentimiento, sino una persona viva: Jesucristo, el Hijo de Dios. Impregnado en lo más profundo por esta certeza, podrá decir a Timoteo: "Hemos puesto nuestra esperanza en el Dios vivo" (1 Tm 4,10). El "Dios vivo" es Cristo resucitado y presente en el mundo. Él es la verdadera esperanza: Cristo que vive con nosotros y en nosotros y que nos llama a participar de su misma vida eterna. Si no estamos solos, si Él está con nosotros, es más, si Él es nuestro presente y nuestro futuro, ¿por qué temer? La esperanza del cristiano consiste por tanto en aspirar "al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo" (Catecismo de la Iglesia Católica, 1817).
El camino hacia la gran esperanza
Jesús, del mismo modo que un día encontró al joven Pablo, quiere encontrarse con cada uno de vosotros, queridos jóvenes. Sí, antes que un deseo nuestro, este encuentro es un deseo ardiente de Cristo. Pero alguno de vosotros me podría preguntar: ¿Cómo puedo encontrarlo yo, hoy? O más bien, ¿de qué forma Él viene hacia mí? La Iglesia nos enseña que el deseo de encontrar al Señor es ya fruto de su gracia. Cuando en la oración expresamos nuestra fe, incluso en la oscuridad lo encontramos, porque Él se nos ofrece. La oración perseverante abre el corazón para acogerlo, como explica san Agustín: "Nuestro Dios y Señor [...] pretende ejercitar con la oración nuestros deseos, y así prepara la capacidad para recibir lo que nos ha de dar" (Carta 130,8,17). La oración es don del Espíritu que nos hace hombres y mujeres de esperanza, y rezar mantiene el mundo abierto a Dios (cf. Enc. Spe salvi, 34).
Dad espacio en vuestra vida a la oración. Está bien rezar solos, pero es más hermoso y fructuoso rezar juntos, porque el Señor nos ha asegurado su presencia cuando dos o tres se reúnen en su nombre (cf. Mt 18,20). Hay muchas formas para familiarizarse con Él; hay experiencias, grupos y movimientos, encuentros e itinerarios para aprender a rezar y de esta forma crecer en la experiencia de fe. Participad en la liturgia en vuestras parroquias y alimentaos abundantemente de la Palabra de Dios y de la participación activa en los sacramentos. Como sabéis, culmen y centro de la existencia y de la misión de todo creyente y de cada comunidad cristiana es la Eucaristía, sacramento de salvación en el que Cristo se hace presente y ofrece como alimento espiritual su mismo Cuerpo y Sangre para la vida eterna. ¡Misterio realmente inefable! Alrededor de la Eucaristía nace y crece la Iglesia, la gran familia de los cristianos, en la que se entra con el Bautismo y en la que nos renovamos constantemente por al sacramento de la Reconciliación. Los bautizados, además, reciben mediante la Confirmación la fuerza del Espíritu Santo para vivir como auténticos amigos y testigos de Cristo, mientras que los sacramentos del Orden y del Matrimonio los hacen aptos para realizar sus tareas apostólicas en la Iglesia y en el mundo. La Unción de los enfermos, por último, nos hace experimentar el consuelo divino en la enfermedad y en el sufrimiento.
Actuar según la esperanza cristiana
Si os alimentáis de Cristo, queridos jóvenes, y vivís inmersos en Él como el apóstol Pablo, no podréis por menos que hablar de Él, y haréis lo posible para que vuestros amigos y coetáneos lo conozcan y lo amen. Convertidos en sus fieles discípulos, estaréis preparados para contribuir a formar comunidades cristianas impregnadas de amor como aquellas de las que habla el libro de los Hechos de los Apóstoles. La Iglesia cuenta con vosotros para esta misión exigente. Que no os hagan retroceder las dificultades y las pruebas que encontréis. Sed pacientes y perseverantes, venciendo la natural tendencia de los jóvenes a la prisa, a querer obtener todo y de inmediato.
Queridos amigos, como Pablo, sed testigos del Resucitado. Dadlo a conocer a quienes, jóvenes o adultos, están en busca de la "gran esperanza" que dé sentido a su existencia. Si Jesús se ha convertido en vuestra esperanza, comunicadlo con vuestro gozo y vuestro compromiso espiritual, apostólico y social. Alcanzados por Cristo, después de haber puesto en Él vuestra fe y de haberle dado vuestra confianza, difundid esta esperanza a vuestro alrededor. Tomad opciones que manifiesten vuestra fe; haced ver que habéis entendido las insidias de la idolatría del dinero, de los bienes materiales, de la carrera y el éxito, y no os dejéis atraer por estas falsas ilusiones. No cedáis a la lógica del interés egoísta; por el contrario, cultivad el amor al prójimo y haced el esfuerzo de poneros vosotros mismos, con vuestras capacidades humanas y profesionales al servicio del bien común y de la verdad, siempre dispuestos a dar respuesta "a todo el que os pida razón de vuestra esperanza" (1 P 3,15). El auténtico cristiano nunca está triste, aun cuando tenga que afrontar pruebas de distinto tipo, porque la presencia de Jesús es el secreto de su gozo y de su paz.
María, Madre de la esperanza
San Pablo es para vosotros un modelo de este itinerario de vida apostólica. Él alimentó su vida de fe y esperanza constantes, siguiendo el ejemplo de Abraham, del cual escribió en la Carta a los Romanos: "Creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones" (4,18). Sobre estas mismas huellas del pueblo de la esperanza -formado por los profetas y por los santos de todos los tiempos- nosotros continuamos avanzando hacia la realización del Reino, y en nuestro camino espiritual nos acompaña la Virgen María, Madre de la Esperanza. Ella, que encarnó la esperanza de Israel, que donó al mundo el Salvador y permaneció, firme en la esperanza, al pie de la cruz, es para nosotros modelo y apoyo. Sobre todo, María intercede por nosotros y nos guía en la oscuridad de nuestras dificultades hacia el alba radiante del encuentro con el Resucitado. Quisiera concluir este mensaje, queridos jóvenes amigos, haciendo mía una bella y conocida exhortación de San Bernardo inspirada en el título de María Stella maris, Estrella del mar: "Cualquiera que seas el que en la impetuosa corriente de este siglo te miras, fluctuando entre borrascas y tempestades más que andando por tierra, ¡no apartes los ojos del resplandor de esta estrella, si quieres no ser oprimido de las borrascas! Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas con los escollos de las tribulaciones, mira a la estrella, llama a María... En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María... Siguiéndola, no te desviarás; rogándole, no desesperarás; pensando en ella, no te perderás. Si ella te tiene de la mano no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás si es tu guía; llegarás felizmente al puerto si ella te es propicia" (Homilías en alabanza de la Virgen Madre, 2,17).
María, Estrella del mar, guía a los jóvenes de todo el mundo al encuentro con tu divino Hijo Jesús, y sé tú la celeste guardiana de su fidelidad al Evangelio y de su esperanza.
Al mismo tiempo que os aseguro mi recuerdo cotidiano en la oración por cada uno de vosotros, queridos jóvenes, os bendigo de corazón junto a vuestros seres queridos.
Vaticano, 22 de febrero de 2009
BENEDICTUS PP. XVI

martes, 24 de febrero de 2009

sábado, 21 de febrero de 2009

FUERZA DE VOLUNTAD

Escribe una adolescente:Recientemente me llego un correo que la verdad, me dejo sorprendida, no solo por mi amor a los animalitos, si no por la fuerza que estos demuestran y sobre todo la inteligencia con la que se manejan..., para empezar esta imagen...





Este animalito que nacio con un problema en sus patas delantaras ha sabido salir a delante, se ha ganado el respeto y cariño de mucha gente... para mi es un ejemplo de fortaleza, seguridad e inteligencia...

Muchas veces nosotros como seres humanos "completos" por decirlo asi, no tenemos tanta fortaleza ni fuerza de voluntad para seguir adelante por situaciones no tan extremas como esta, y aun asi teniendo todo al alcance de nuestras manos nos acobardamos... nos da miedo seguir...


Tal vez para algunos este ejemplo de perrito no signifique nada, pero en este momento que este mensaje llego a mi vida me ha hecho ver las cosas de una forma tan diferente, y darme cuenta de que se necesita una gran fuerza de voluntad para seguir adelante...no hay que dejarse caer, tenemos todo para seguir....

lunes, 2 de febrero de 2009

GRAFFITI




Es curiosa esta manera de pintar. Realmente son artistas de la calle, pero también son mensajeros de unas ideologías, generalmente antisistema, contestataria. Ofrezco algunas de estas imágenes, y pregunto ¿qué te sugieren?

domingo, 25 de enero de 2009

DAR EN EL CLAVO


La personalidad es como un obra de arte que se va perfilando con el tiempo. Hace falta destreza y dedicaión. Pero no es una tarea complicada, exclusiva de expertos. Diríamos que uno va cincelando su personalidad en la medida que va aplicando el sentido común en su vida. Y el sentido común, aunque hoy no es muy común, es sencillamente la virtud de la prudencia puesta en acción. Se puede argumentar que los años de la juventud hoy no son lo más idoneos para llevar a cabo este proyecto. Puede ser cierto, pero hay que intentarlo. Es necesario superar la inmadurez que va contagiando los imperativos del relativismo, con el fin de adquirir valores serios y principios inconmovibles. Sin fundamentos recios no se podrían haber construido ningún monumento histórico. Y sin principios no habría en la historia ninguna personalidad de relieve.
Hace falta más sentido común. Es decir, saber "dar en el clavo" en cada momento. Para ello hay que elegir el clavo oportuno y pegar fuerte para que arraigue en nuestra vida. Solo los hombres y mujeres de recia personalidad hacen historia, para bien o para mal. Lo deseable es que sea siempre para bien, y esas páginas de la historia no haya que lamentarlas con el paso de los años. Sirva de ilustración esta viñeta de Mingote que publiamos. Un saludo.
Juan García Inza

martes, 13 de enero de 2009

JOVEN




SER JOVEN
La juventud es algo verdaderamente maravilloso, interesante, apasionante, curioso y aventurero; en la juventud existen graves problemas, pero también la juventud tiene grandes respuestas.
-Ser joven significa ser dueños de nuestra vida, de nuestro presente y estar dispuestos a desafiar nuestro porvenir.
-Ser joven es buscar incansablemente la realización de nuestro ser y entregar la vida para hacernos a nosotros mismos.
-Ser joven es tener el valor de realizar nuestro ser a pesar de las circunstancias, los críticos y los escépticos.
-Ser joven es abrirnos nuevos caminos, aventurarnos con audacia a probar lo nunca antes intentado.
-Ser joven significa ser libre, dirigiendo nuestra vida al porvenir por nostros elegido y asumiendo la responsabilidad de nuestras decisiones.
-Ser joven es levantarse ante cada adversidad con un espiritú indomable, aprendiendo de nuestros fracasos, jamás dándonos por vencidos, luchando hasta alcanzar la cima anhelada.
-Ser joven es buscar nuevos desafíos y enfrentarnos a retos extraordinarios con tal entusiasmo que, los más intricados obstáculos sean afrontados con una férrea disciplina, con una determinación absoluta y con una sonrisa en los labios.
Publicado por Luis Enrique Hilario Esteban